jueves, 11 de febrero de 2010

LAS MORTAJAS


CAPITULO 11

LAS MORTAJAS.

En el viejo país de los faraones, “EGIPTO”, iluminado por el SOL del Medio Día, extrañamente, la sociedad tanto iniciática como profana respondían a designios esotéricos profundos y casi desconocidos.
El ejemplo a la vista daba sus frutos a unos y a otros con místicas enseñanzas. No solo en los templos, grandiosas aulas de conocimiento, sino, aun en los lúgubres lugares del pecado y el olvido.
Para el Iluminado todo es conocimiento, todo es enseñanza, la verdad esta a la vista.
El hedor franqueaba sus fosas nasales, la pestilencia penetraba cada poro, la vibración producía molestias, mareos. Arcadas brotaban de lo profundo de su corazón, la luz del sol apenas penetraba en aquellos lugares; solo falsas luces en las paredes pretendían iluminar el lugar, darle un aire de pureza en la impureza, darle un sentido de verdad a lo no verdadero, de real a la falsedad, espiritual a lo inmundo.
Era un antiguo sacerdote del Templo que no recordaba esos caminos del mundo profano. Una mano suave, pero firme lo guiaba, lo empujaba a ver, a penetrar en aquel lugar, el más abandonado, el más bajo entre los bajos. Ni aun las prostitutas estaban consideradas en tan baja estima. “La ciudad de los muertos”, en el sector de los embalsamamientos, el lugar de momificación.
Por ahí y por allá se veían a los distintos Oficiantes de tan macabro espectáculo cumplir con sus tareas. Drásticos señores de la destrucción, convencidos buitres del poder de la inmortalidad, dogmaticos seres de su labor. Almas dormidas.
La creencia de la inmortalidad había llegado a sus oídos tarde, profanamente. Lejos estaban de las Luces del templo, lejos de aquellos tiempos, épocas en que el misterio era simbólico para los ciegos, develado para los iniciados.
Los cuerpos llegaban al lugar según su categoría, posición social, religiosa o gubernamental, pero todos hedían el mismo perfume, la MUERTE. Cual más unos que otros según su enfermedad y descomposición. Unos Hedían a Lujuria, otros a Orgullo, aquellos a Codicia, Vanidad, Pereza, Ira, Gula y sus combinaciones y venían a vestirse de galas para la inmortalidad, a vestirse de creencias, dogmas y a recibir la justa preparación de los oficiantes.
Estos, los oficiantes, diestros en su especialidad, Maestros en sus puestos, seguros de su oficio, reconocidos según su grado, especialistas en trepanar cabezas y sacar cerebros, oficiales de mazo y cincel; con delicadeza sutil, para no dañar el cáliz de la mente y no se note el daño, suavemente sacan la materia y rellenan con pastas y brebajes el hueco para ocultar el vacio, dándoles un tinte de ungüentos divinos. Solo creencias.
Estotros abren su pecho y sacan el corazón, profanan el templo del AMOR, el centro de la Luz, limpian, lavan para que no quede nada, ni el más mínimo recuerdo del palpitar, ni un pétalo de tan bella flor y rellenan con brebajes de oscuridad, con falsa dulzura en hueca vanidad.
Seréis libres, seréis libres, mientras os destrozan y llenan de maldad.
¡Ah! Los maestros momificadores, huelen a muerte, a soledad. Nadie los quiere, nadie los acompaña, huelen a muerte a soledad.
Parten las entrañas, los buitres, y sacan su interior, bazo a un lado, hígado a otro; sopesando, examinando cual jueces lo que no saben y en ánforas guardan, esconden, tripas, raíces de la tierra filosófica, sintetizador de las energías, alimentador del cuerpo.
Para que hablar del Falo, sacro miembro mágico, de su destino fatal. Tajo tras tajo lo van a desmembrar, tajo tras tajo lo van a cortar.
¡Ah! Los maestros momificadores, huelen a muerte, a soledad.
Después de vaciado, destazado, el bruto animal, en su viaje a la pséudo- inmortalidad, lavado de todo recuerdo de hombre y perfumado para tapar su aroma, se procede a vendarlo, se apresan todos sus miembros en abrazo de esclavo. Vuelta tras vuelta le roban su Libertad.
Muerto y momificado ¿A dónde va?.
Le robaron su Libertad.
¡Ah! Los maestros momificadores huelen a muerte, a soledad.
Tiempo después entre los cerros y quebradas la muchedumbre clamaba, suplica y pide de todo corazón ¡ ha tres días que esta muerto y sepultado en sacra cueva con roca tapado!
Todos le claman, y grita el vocerío ¡resucitadlo! ¡resucitadlo!, mi hermano es y esta perdido.
Unos creen, otros no creen, si ya huele y es carcomido, de lepra a muerto el mal fenesido
Y el Maestro ordeno cincelar la roca para que penetrara la Luz
Y su verbo dictamino: Lázaro levántate y despójate de tus vendas.
Tres veces hubo de cantar el Verbo divino y Lázaro se despojo de tal atuendo y subió a la Luz, resucito al tercer día.
Y el Maestro continúo su camino.
Buscando otros Lázaros, pero no todos se despojan de su Mortaja.
¡Ah! Los maestros momificadores huelen a muerte, a soledad.


Paz Inverencial

maeseanonimus

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